Estaba hinchado, inflado, casi no tenía ojos. “Leche, mucha leche!”, dijo mi amiga enfermera, que beba tres litros al menos, puso la mano temblorosa sobre mi vientre -vete, por favor, esperas uno niño, vete de aquí- me susurró, pero yo me quedé, ¿cómo iba a dejarlo ahí?, el doctor me dijo que no debía visitarlo más, me miró fijamente y me dijo con frialdad que eso ya no era mi marido, sino un objeto altamente radiactivo.
Tenía el cuerpo deshecho, todo él era una yaga sanguinolenta, levantaba el brazo y el hueso se le movía, pedazos de pulmón e hígado le salían por la boca, yo metía mi mano en una gasa y le sacaba todo aquello, cada día, cada noche.
Lo colocaron descalzo en el ataúd, un féretro de zinc que se colocó bajo unas planchas de hormigón, todos tenían pánico a la radiactividad.
Poco después, el mismo doctor me dio a mi hija recién nacida, parecía una niña normal, pero en su hígado dormían 28 Rontgens y una lesión congénita de corazón, era el legado de la radiación. A las cuatro horas murió, y me la trajeron en una pequeña caja de madera, no podía ni llorar, la enterré yo sola, junto a su padre, se llama Natasha, pero ni siquiera hay un nombre en su tumba, solo queda su alma, y ahí enterré su alma, el alma de una hija de Chernóbil
Autora: Svetlana Aleksievich Voces de Chernóbil
Autora: Svetlana Aleksievich Voces de Chernóbil
Otman Amesnaou Alouat para www.miproyectoyhobbie.blogspot.com
Un poco siniestro pero no pongo en duda que no ha habido gente que ha vivido una situación parecida; desgraciadamente...
ResponderEliminarEspero que todo vaya bien muchachito. Tengo ganas de verte! :D
Un besazo enorme ^^